¡MIRE!, ¡MIRE!.... ¡COMPRE ¡ ! COMPRE!
Los equipamientos culturales o de proximidad son
un instrumento necesario para facilitar el acceso de todos los ciudadanos al
estado del bienestar, por lo tanto, estos equipamientos han de tener como eje
principal a la propia ciudadanía, con sus necesidades, problemas y
aspiraciones.
Si un equipamiento, y los profesionales que en él se integren,
quieren conseguir la satisfacción de necesidades de los ciudadanos, en primer
lugar, tendrán que conocer cuáles son dichas necesidades, y para ello, no hay
mejor manera que dejando que sea la propia ciudadanía, no solo la que participe
en las actividades de los centros, sino dejando que se involucre de lleno en la
vida de éstos. Ello implicaría llevar a cabo una co-rresponsabilidad compartida
entre las administraciones públicas
encargadas de estos equipamientos, los ciudadanos y sus asociaciones.
El problema surge cuando, en
primer lugar, es la administración pública la que decide encargarse ella sola
de “sus” equipamientos (pues parecen que olvidan la naturaleza pública de los
mismos y lo que ello representa), dejando fuera tanto a asociaciones ciudadanas
como a individuos y colectivos. En segundo lugar, la llegada de la globalización-
mundialización ha supuesto una mercantilización global, todo se ha transformado
en bienes que pueden ser consumidos como un cartón de leche o una manzana. Ello
ha supuesto la mercantilización o la entrada en el mercado de estos
equipamientos de proximidad, pudiendo ser entendidos ya estos como no públicos,
y peor aún, no solo se mercantilizan estos equipamientos, ello supone la
mercantilización de la cultura como un bien más de consumo.
Estos equipamientos culturales,
que han pretendido la satisfacción de necesidades (sin olvidar la finalidad educativa
con la que se hace) se han convertido en “supermercados” de (auto) servicios
para ya no los sujetos, sino los clientes. Apenas existe ya distinción entre
los equipamientos que ofrecen servicios básicos y los equipamientos de
proximidad, de hecho es preocupante el asunto, ya que es curioso como desde los
equipamientos de prestación de servicios básicos se tiene como eje principal el
número de individuos a los que se dirigen, mientras que esto ha sido abandonado
por completo, quedando en un segundo plano, en los equipamientos de proximidad.
La llegada del tallerismo
indiscriminado, del todo vale y todo es útil, ha supuesto llevar a cabo una
pluralidad de actividades, lo cual no está nada mal, el problema es que esas
actividades se centran en un tipo concreto de
sujeto (cliente), y olvida por lo
tanto lo más importante, que esas actividades han de estar dirigidas a las
necesidades de los ciudadanos.
“Mire usted –especialmente niño y señora- apúntese a un taller perpetuo
y goce su otra casa, el centro cívico”. Maccdonals de lo cultural, entendido
como “nosotros se lo masticamos y ustedes solo deben montarlo, fácilmente. En
ésta, su casa taller de tardes del todo a cien”.
Todo ello ha supuesto el abandono
progresivo de las asociaciones y ciudadanos en los equipamientos de proximidad,
pues no se sienten identificados con ellos ni confían en su fuerza y capacidad
de satisfacción de necesidades.
¿Qué se podría hacer para llenar
de nuevo esos centros y equipamientos culturales?
Porque aunque no lo parezca, ¿siguen
siendo públicos?
¿Por qué se ha pasado de las
actuaciones, en forma de actividades, dirigidas a los sujeto para facilitar su
desarrollo, a préstamo de servicios, en forma de bienes culturales, a una
amplia gama de clientes?
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